Fotografía

Bárbara Vidal: Island

Mallorca es una isla de postal con sus idílicas playas y su exuberante naturaleza. Pero a la fotógrafa Bárbara Vidal (Palma, 1979) las postales no le interesan. Lo que a ella le gusta y la atrapa es la magia enigmática y brutal de la isla, que retrata con su cámara analógica como si de un paisaje lunar se tratara.

Mallorca y el Mediterráneo lo son todo para mí. A menudo salgo fuera por trabajo, y a temporadas he vivido en Madrid y Barcelona. Pero cuanto más viajo, más me gusta Mallorca. Cuanto más mayor me hago, más sitios descubro, aquí siempre quedan lugares por descubrir. Es algo genético, me maravilla en invierno y en verano, quizás más en invierno porque en verano los mallorquines estamos perdiendo un poco la isla...

Cuando veo todas estas fotografías juntas, me doy cuenta de lo brutal que es la naturaleza. Me interesa lo mágico, lo enigmático, esa parte un poco monstruosa y oscura, como de más allá. Lo imprevisible que es el mar, la cantidad de colores que puede tener, todo me parece un misterio. Agradezco haber existido en la Tierra. Es como si todo te hablara. Nunca me cansaré de fotografiar todo lo que me rodea. 


De niña lo que me gustaba era dibujar. Me encantaba pintar con carboncillo, al óleo. No recuerdo por qué un día me apunté a clases de fotografía. Creo que me intrigaba. En aquellas clases hacíamos los típicos ejercicios de apagar y encender la luz con el papel fotográfico. Y allí ya aluciné, me dije “esto es mágico”. Era muy diferente a pintar. Más tarde mi padre me regaló una cámara preciosa que aún sigo utilizando, una Nikon de película con tres objetivos. En ese momento no le di mucha importancia, no era muy consciente de lo que era una cámara. Pero a lo largo de los años siempre se lo recuerdo a mi padre: soy fotógrafa gracias a ese regalo. De hecho, muchas de estas fotografías están tiradas con esta cámara. Me cambió la vida.


A los 18 años me fui a Madrid a hacer un máster. La rapidez de la ciudad me impactó. Allí empecé a investigar el movimiento, a la vez que estaba realizando el proyecto de fin de curso de mi escuela en Palma. El tema de este proyecto eran mis miedos interiores.

Alberto García Alix, Chema Madoz, Ouka Leele, Isabel Muñoz, Cristina García Rodero... Tuve la fortuna de tener como profesores a los grandes fotógrafos españoles del momento,  fue una pasada ver que mis ídolos eran personas como yo, despistadas, divertidas, normales.... Personas que, con sus aciertos y errores, habían seguido su sueño y lo habían conseguido. ¿Por qué? Porque siguieron sus instintos, porque fueron artísticamente fieles a su necesidad de expresión, gustara o no gustara a los demás. De ellos aprendí que podría llegar a trabajar como fotógrafa, ganar dinero y dedicarme a lo que me gustaba. Si crees en ti, siempre sale algo bueno.

Casi siempre he fotografiado a mujeres. Hago fotos de lo que me rodea y mis amigas siempre han sido mis musas. Nos íbamos a la naturaleza o casas de campo, al principio todo empezó como un pequeño aquelarre de brujas, algo experimental, en el campo desnudas, bebiendo vino y comiendo, pasándolo bien y haciendo fotos. La piel desnuda de una mujer frente al mar o en el campo o en cualquier sitio siempre me ha resultado maravillosa.

¡No tengo nada en contra de los hombres! Adoro a los hombres, pero no sé, me siento más identificada con la mujer, me resulta más fácil de expresar. Fotografiar a mujeres es como un reconocimiento de mí misma, como si estuviera delante de un espejo interior. Ver una mujer gritando en medio de la naturaleza, o corriendo desnuda o movida, así es como me siento yo muchas veces, asfixiada, con la necesidad de soltar pesos. Este encuentro entre mujer y naturaleza es inconscientemente lo que yo necesito para vivir. 


También creo que la humanidad ha perdido un poco el camino que debería haber seguido inicialmente. De eso te das cuenta cuando tienes un hijo. Ahora que soy madre vuelvo a ver lo que disfruta una niña o un niño con una planta, soplando una flor, maravillándose con un bichito, o simplemente mirando las nubes. Así creo que debíamos ser los humanos en un principio, pero la sociedad, el actual ritmo de vida, nos ha llevado a crear ciudades, a lo artificial, a perder el contacto con nosotros mismos. Nosotros somos animales y, como tales, nuestro estado más primitivo es estar en contacto con la naturaleza. 

Hacer fotos de la naturaleza y luego verlas ejerce en mí un efecto sanador. Pero no solo hacer la foto, también el paseo, el picnic, la compañía... Intentar detener un poquito el tiempo. Hoy es muy difícil detener los pensamientos, sentado a la sombra de un árbol y decirte, “voy a dejar de pensar y voy a mirar lo que tengo a mi alrededor, un hormiguero, una planta que está creciendo, a este saltamontes muerto porque se lo acaba de comer un gato”... “No sé, intentar dejar todos tus pensamiento atrás, estar un poquito en el presente. Parece que nos cuesta muchísimo, y a mí la primera, a nuestra generación de redes sociales y teléfonos móviles y ordenadores donde todo es súper rápido... Es muy difícil, pero creo que merece la pena detenerse unos minutos al día para darnos cuenta de quién somos y del lugar maravilloso en el que estamos”.

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